ROSE CYCLE: RITUAL DE AMOR, MUERTE Y RENACIMIENTO

Así se vivió la noche del jueves en Malgro Rose Cycle, una ceremonia performática que entrelazó danza, sonido, cuerpo y emoción en una narrativa de transformación vital.

“Soy a la vez lo que se derrumba
y lo que resurge.
Soy la lucha y el futuro.
Llevo mi dolor y llevo mi renacimiento.
Sigo estando completo, incluso mientras cambio.”
Rosa Andrea Gómez Zúñiga

La atmósfera construida por Maniquí Lazer fue mucho más que un fondo sonoro, fue el espacio sensible y energético donde Rosa A. Gómez nos sumergió en un viaje ritual que celebra el tránsito entre vida y muerte, entre pérdida y resurgimiento. Una especie de altar escénico donde el cuerpo se ofreció como lenguaje para narrar lo indecible.

La obra inicia en el reconocimiento de la memoria, la veneración a los ancestros, la apertura del espacio simbólico que da la bienvenida a las nuevas vidas. La transición entre madre e hija, como una herencia que se transmite, que se reinventa en el gesto, en la danza, en el arte. Presenciamos a una Rosa embarazada, una figura frágil y poderosa a la vez, atravesada por el temor, la pérdida, y el dolor. El grito desgarrador de esa pérdida no fue solo de ella, fue de todos. Un eco común que nos recordó que el duelo también se baila.

Los movimientos de Rosa evocaban el intento desesperado de aferrarse a la vida, las sacudidas de quien quiere escapar al destino trágico y termina enfrentándose a su reflejo roto. Hubo una escena brutal y conmovedora: el canibalismo simbólico de Rosa, devorando los restos de lo que fue, como si para renacer hubiera que consumir y aceptar la muerte propia.

Rehuir de las vibraciones sonoras de Maniquí y del gesto extremo de Rosa parecía una herejía. Nos llevó a un límite incómodo y necesario. Y ahí apareció la figura de Chelsea, no como redentora, sino como cómplice ritual. Su intervención no fue salvación sino cuidado. La corona, el baño, el agua que purifica y bendice; gestos profundamente simbólicos que recordaron que el renacer nunca es solitario, que dependemos de otros para sostener nuestras ruinas y ayudarnos a reconstruir.

El sonido de los kartals y el incienso llenaron el espacio de una energía espiritual densa y envolvente. Como en todo rito, hubo testigos. Y fuimos nosotros. Espectadores partícipes del trance, de la catarsis, del abrazo final que selló el renacimiento. Un abrazo largo, necesario, transformador.

Rose Cycle no fue una obra escénica, fue una experiencia liminal, una meditación corporal sobre la muerte, el dolor, el amor y el cuerpo que duele y se transforma hasta volverse irreconocible. También fue la posibilidad de volver a empezar y de amar esa nueva versión de uno mismo. Con cada vibración, cada movimiento, se nos recordó que no hay renacimiento sin ruptura, ni cuidado sin comunidad: https://gofund.me/b69ede9d


✒️ Paulina Sanchez Rubio
📷 Armando Ruiz


Fernando Rios